lunes, 23 de diciembre de 2013

Calles y Paseos de la Caracas de ayer

Calles y Paseos
José Gil Fortoul.

Se ha dicho de la Plaza Bolívar, que es un salón. Agreguemos, para que el símil no parezca estrambótico: - En las noches de retreta-.

Allí se da cita en las noches de los domingos y los jueves lo más culto y elegante de Caracas. Allí hacen gala nuestras damas, de tocados y trajes parisenses, y atraen miradas y corazones  con su airoso trapío. Allí se estrena la levita flamante, el sombrero de aterciopelados reflejos y la corbata subyugadora. Allí se conversa. Sobre todo, allí se pasea con placer, porque el piso es bueno. No se corre allí el peligro de tropezar con una piedra suelta, o sumirse en un atolladero, o dar un paso en falso  en un zanjón, como sucede, por desgracia, cuando usted se echa a andar por esas benditas calles de Caracas.


La estatua recién inaugurada en su entorno de la plaza, en una fotografía
del álbum de Roberto García

No hablamos en guasa, ni pertenecemos a la clase de los “inconformes”. Estos no hallan en la tierra nada bueno. A nosotros nos parece óptimo el paseo de la Plaza Bolívar. Pero las calles son pésimas y es preciso decirlo y gritarlo, a ver si se convierten pronto en calles de capital civilizada.

Ni damos palos de ciego. El Ministro de Obras Públicas, es un caraqueño joven y amigo del progreso. Tiene que desear, por consiguiente, que la capital merezca su nombre y sea digna de  su categoría. Sabemos también que no se cansa de arbitrar los medios de lograrlo, y emplea últimamente la parte del Tesoro que a su Ministerio corresponde.

Pero debemos observar que la tal parte es insuficiente, y que si vamos a seguir a pasitos como ahora, no tendremos calles transitables ni de aquí a diez años.

¿La crisis fiscal? Si, ya lo sabemos. La crisis fiscal se ve y se siente. Lo que no se ve es su solución. Y ya es tiempo de que los señores ministros nos digan cuándo la veremos.

Uno de nuestros colaboradores, que si es guasón, e interrumpe a cada instante su artículo para leer estas cuartillas, nos dice mordiéndose los bigotes: “La solución del problema de las calles no puede ser sino consecuencia lógica de la solución del problema de las calles no puede ser sino la consecuencia lógica de la solución del problema autonomista. Espere, compañero, y ya verá”.  Dios lo oiga, porque si el proverbio no marra, vale más tarde que nunca.
Entre tanto, echemos a volar la fantasía y preveamos el Caracas del porvenir.

No bien baja usted de la Plaza Bolívar a la Esquina de Las Gradillas o sube a La Torre, se va hasta el Guaire o hasta la Estación de Petare por calles bien adoquinadas, barridas y regadas.

Si a pie, las aceras invitan a caminar a paso rítmico, como lo exige el clima, sin preocuparse con tropezar  en imprevistos estorbos.  Se va usted atento a los ojos que fulguran detrás de las misteriosas celosías, y cuando no hay tales fulgores se apacienta usted mirando las fachadas. Ya no están barnizadas de chocolate ni mamey, ni se desconchan como aquellas de remotos tiempos que parecían enfermas de exótica erupción. Son blancas como las de Andalucía y Argelia, o sonríen (perdone usted el tropo) con el suavísimo primer verdor de las hojas primaverales.

Si es en carruaje, oye usted el golpear acompañado de las herraduras y siente girar veloces ruedas de caucho sobre un suelo liso y duro. Ya los caballos  no cojean sobre adoquines sueltos, ni van los carruajes dando tumbos.

Si es usted jinete, no bien pasa de Puente Hierro, echa usted a galopar en briosa jaca por el Paseo de El Paraíso. A un lado y otro, árboles frondosos dan sombra y frescura. Por la derecha y por la izquierda se prolongan dos filas de carruajes cargados de mujeres hermosas y elegantes; y por aquellas avenidas laterales de finísima arena, van y vienen apuestas amazonas y airosos caballeros.    
O sube al Calvario por caminitos de pendientes suave, cortados de trecho en trecho por deliciosos kioskos  [sic]  de bambúes y alegres jardincitos de plantas raras y de rosas.

 -  Alto ahí, -  nos dirá quizás un paseante solitario que contempla melancólicamente el arco de la Federación.  Esto que usted dice no es prever sino postver. El Calvario era así, como usted lo pinta! 

Así era; pero ya no es, Y esto demuestra que en ocasiones progresar es volver a realizar lo que existió, ¿Quién nos devolverá El Calvario de nuestras mocedades? La escalinata no parecía trazo de coliseo antiguo, derruido como el de las ruinas de Italia. No buen pasaba uno del Caroata, ya no veía garitas amenazadoras.  A la visión sangrienta de la guerra, sucedían al punto los apacibles paisajes de venturosa arcadia. Y para llegar a la planicie del estanque, no se subía por gradas rotas, como las de un atrio abandonado…

Bajemos del Calvario. Volver a dar belleza a algunos pormenores, será cosa fácil, trabajo de cortos días.
De largos años será el transformar a Caracas. Pero no hay tiempo que perder. Los que hoy la gobiernan, también la aman. Si la aman, puesto que desean embellecerla.

Que el deseo se convierta pronto en obra tenaz y constante ¡Caracas sabrá premiar. ¿Verdad, caraqueños, que cuando mañana domingo os derraméis por esas calles y paseos, soñaréis todos con vuestra capital del porvenir?



Texto publicado en
Billiken 1945
Transcrito por CER
Imágenes:  “Arquitectura y Obras Públicas
En Venezuela Siglo XIX” de Leszek Zawisza

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