lunes, 23 de julio de 2012

¿TRANQUILO AL SEPULCRO?

¿TRANQUILO AL SEPULCRO?
María F. Sigillo

Al pasar por los alrededores del Panteón Nacional es inevitable no llenarse de impotencia al ver el Mausoleo, lo que me obliga al mismo tiempo a revisar la historia y reflexionar sobre lo que somos y hacia dónde vamos como ciudadanos.

Como caraqueños hemos permitido que el ministro para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas, acabe con espacios de esta maltratada ciudad. No hace falta un título de arquitectura u otra especialidad afín para constatar el gran desastre en marcha: construcciones en avenidas y calles principales, cierre de vías, dominio de camiones y montañas de cemento, arena, cabillas y todo cuanto les venga en gana para obstaculizar el libre tránsito, aunado al incumpliendo de la LOPCYMAT , la hoy Ley Orgánica del Trabajo, de los Trabajadores y en general todas la normativa que rige la materia.

Sin lugar a dudas, la Mole de La Trinidad ilustra el desastre gubernamental de esta década, y quizás sea el Panteón Nacional el capricho preferido de los manganzones y caudillos venezolanos, donde el ego se confunde con los intereses fundamentales de una nación.

El Panteón Nacional

Vemos cómo Guzmán Blanco, Crespo, Gómez, y el actual mandatario nacional han impuesto de manera autoritaria reformas que giran en torno a los restos del Libertador y el lugar donde deben reposar éstos y los de aquellos que, según la época, han sido y serán considerados “próceres de la Independencia o Ciudadanos Eminentes”.

Recordemos que en 1842  Páez  ordenó  repatriar los restos de Bolívar, los que arribaron a Venezuela el 16 de diciembre de 1842.

El Dr. Lucas Castillo Lara lo reseña de la siguiente manera “Un inmenso gentío aguardaba desde más allá de la puerta de Caracas a la Iglesia de La Trinidad, llega a la Trinidad a las 6 de la tarde, mientras las campanas de toda Caracas tañían funeralmente. Esa noche hace posada en la Iglesia de la Trinidad, todavía modesta capilla. A las 10 y media de la mañana siguiente, entra dobles de campanas y disparos de cañón dando inicio a la fúnebre procesión. Desde la Trinidad, por la calle Carabobo, a la Esquina de Sociedad y de aquí a San Francisco. Todas las puertas y ventanas colgadas de luto. Adelante la caballería espada en mano, la Artillería, el caballo de batalla conducido por dos sargentos y enjaezado con los arreos de Junín (….). La luctuosa procesión llegó al templo de San Francisco, que lo acogió como en tiempos de gloria cuando Caracas lo aclamó Libertador. Al final días más tarde fueron trasladados sus restos con la misma solemnidad a la Catedral de Caracas, capilla de la Santísima Trinidad, en el panteón familiar, por unos años, hasta que fuera conducido a sus lugar definitivo en el Panteón Nacional (antigua iglesia de la Santísima Trinidad).”

Luego Guzmán Blanco ordenó mediante decreto Presidencial la Construcción del Panteón Nacional donde se encontraba la Capilla de la Santisima Trinidad.
Posteriormente una nueva reconstrucción del Panteón Nacional (cuya imagen es la que conocemos hoy día), fue decretada en 1930, en tiempos de Juan Vicente Gómez, donde nuevamente son movilizados los restos del Libertador en espera de la nueva morada; en las notas del Ingeniero Edgar Pardo Stolk leemos:

“Durante la obra hubo varios incidentes que tienen que formar parte de nuestra historia. Estábamos en plena actividad cuando una tarde, así como a las 5, ya se había retirado el Dr. Ayala, me invitó el Dr. Salas a que lo acompañara a ver un problema en el cual se encontraba.

… Y era el derrumbe inminente que podía ocurrir con las vibraciones que producía la misma obra, de un momento a otro podía ocurrir la caída del techo desde 10 mts. De altura sobre el sarcófago del Libertador. Las consecuencias de esto ya son de imaginar y no se disponía en ese momento de una obra de maderamen suficiente como para haber construído una defensa que soportara el impacto.

Se decidió que lo único seguro era sacar la urna que contenía los restos y para disminuir la posibilidad de escándalo. Se acordó sacar la urna solamente, dejando en su sitio el arca cineraria dorada, dentro de la cual había sido colocada en 1876. …… fue sólo a las 10 de la noche que pudimos llegar al arca, se le quitó la tapa posterior y se sacó la urna de plomo con los restos de Bolívar. Pasada apenas la impresión del momento, me di cuenta del riesgo que corría y mandé a uno de los obreros a comprar un candado si todavía estaba abierta la bodega de la esquina. Se colocó el candado en la puerta, me metí las llaves al bolsillo y medité mucho sobre el significado y el papel que me tocaba en esa situación.

Al día siguiente escribí de inmediato un oficio al Ministerio explicando lo que habíamos hecho. Por unos días no sucedió nada, pero una tarde nos sorprendió una banda que se acercaba al frente de un pelotón en traje de gala, solicitaron las llaves y desde ese día, hasta cuando se colocó la urna en el sarcófago donde está hoy, hubo un centinela, de bayoneta calada, a la puerta del cuarto. La urna donde están los restos es de plomo del largo de un hombre. La tapa ha debido estar en su origen en la abovedada hacia arriba, pero con el tiempo las paredes laterales se separaron y la tapa se asentó sobre el cuerpo y se le ve sostenida por la frente, el pecho y los pies. Da la impresión de un manto muy grueso colocado sobre el cuerpo humano.”

El 16 de julio de 2010, el Presidente Hugo Chávez Frías   fue más atrevido que sus antecesores, ordenando la exhumación de los restos del Libertador, y la construcción de un Mausoleo, obra que ha sido financiada por el Tesoro Nacional con transferencias hechas a la Fundación Oficina Presidencial de Planes y Proyectos Especiales, y que se espera sea inaugurada el 24 de julio de 2012.

Irónicamente para la fecha en que edito este artículo, ( 05-03-2013)  ha fallecido el Presidente de la República Hugo Rafael Chávez Frías, ( Q.E.P.D.) el pueblo en la calle  y sus seguidores solicitan  que sus restos reposen en el Panteón Nacional, al respecto les recuerdo que el artículo 187 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela establece en el numeral 15, lo siguiente : " Corresponde a la Asamblea Nacional : 15 . Acordar los honores del Panteón Nacional a venezolanos y venezolanas, ilustres que hayan prestado servicios eminentes a la República, después de transcurridos veinticinco años de su fallecimiento. Esta decisión podrá tomarse por recomendación del Presidente o Presidenta de la República, de las dos terceras partes de los Gobernadores o Gobernadoras de Estado o de los rectores o rectoras de las Universidades Nacionales en pleno."   

La impotencia que emerge cada vez que transito la zona de La Trinidad,  va acompañada tortuosamente por las palabras de José Ignacio Cabrujas que, aunque duelan, constituyen una inmensa verdad: "Siempre he pensado que Caracas es una ciudad en la que no puede existir ningún recuerdo. Es una ciudad en permanente demolición que conspira contra cualquier memoria; ese es su goce, su espectáculo, su principal característica. En algún momento de mi vida me he horrorizado ante esa situación; hoy no. Hoy pienso que es una legitimidad, y así como hay pueblos que construyen, hay otros que destruyen. Hay pueblos que tienen en la construcción un sentido de la vida, como algunos lo encuentran en la destrucción”

Somos cómplices y víctimas de la destrucción de la ciudad, de la historia, del recuerdo…



Imagen de la Iglesia de la Santisima Trinidad
1830
1911

1930

1930



Marzo 2012


Imagen de Mitchele Vidal


miércoles, 18 de julio de 2012

UN PASEO POR EL MERCADO DE SAN JACINTO Y LA PAZA DEL VENEZOLANO DE 1900-1950


A mediados del siglo pasado, pocos años después de la demolición de las arcadas que contenían el antiguo mercado, ubicado en la Plaza mayor, se empezó la construcción del local destinado a un nuevo mercado, el cual fue terminado en 1873, en los terrenos en que se hallaban en la época colonial los padres dominicos, cuyo convento fue demolido para realizar la obra, también se hallaba en los alrededores en antiguo reloj de sol donado a la ciudad por el sabio naturalista Alejandro Humboldt, cuando estuvo en estas tierras haciendo exploraciones científicas patrocinadas por el rey de España.

El Mercado de San Jacinto era el único mercado grande de la ciudad donde las fámulas caraqueñas adquirían todo lo necesario para la elaboración de los tres platos del día, con apenas un “fuerte” .

A la entrada del Mercado se hallaba un kiosko, donde se conseguía gran variedad de flores del valle de Caracas y otras traídas desde Galipán.

La distribución interior del mercado se podría describir de la siguiente manera; primero el sitio destinado a la venta de frutas piñas, cambures, lechosas, mangos, patilla, melones, por nombrar solo las más abundantes y las de mejor calidad, además se vendían naranjas a treinta céntimos la docena, entonces Venezuela era un País netamente agrícola.

Entre las fruterías más célebres se hallaba la de los “Hermanos Natera”, Carmen, Angel y Julio Natera. También había dos fruterías de mediana categoría la “Royal” y “La Caraqueña”.
Imagen de Ora Chapellin
1944


En el tercer salón quedaba la venta de carnes y aves, a precios baratos que hoy nos parecerían de fábula. Por ejemplo el kilo de lomito a dos bolívares, el lagarto a real el kilo; la punta de trasero a Bs.1, 20 el Kilo; luego por último quedaban las pescaderías donde se vendían toda clases de animales del mar, tales como mariscos, pescados, camarones etc.

Salgamos del Mercado para contemplar “La Playa”; en primer término observamos a numerosos inmigrantes italianos con sus máquinas de amolar, también hay una que otra imprenta, un poco más allá se sitúan los burros con sus cargas traídas desde las haciendas cercanas. Algunos de los productos eran entre tantos, las caraotas negras traídas de Chacao y cuyo precio era cuarenticinco [sic] céntimos por kilo; de Galipán traían los famosos duraznos blancos, los sabrosísimos duraznos muyar y las famosas naranjas galipaneras… De Guarenas traían aguacates y naranjas; de El Hatillo se traían quesos de cabra y de mano, también se transportaba leche de cabra y de vaca.

En “La Playa” habían pequeñas librerías ambulantes desde los chiquitillos de la época adquirían las aventuras de Sandokan, el tigre de la Malasia, las de Buffalo Bill, obras de Salgari y de Julio Verne y otros. Frente a la Playa del Mercado se hallaban los famosos botiquines como “La Atarraya” donde se vendían licores de berro, naranjada fruta de burro, tapadas todas estas con hojas de limón. El establecimiento de Aquilino Correa. “El Gato Negro”, de Luís Carro; “El Botiquín de La Playa”, sitio donde vendían licores de menor categoría como aguardiente y ron. También se encontraba frente a la Playa la tabacalería de Vicente López y Cía.

Nos acercamos a la Plaza Del Venezolano, donde un hombre con una culebra enroscada en el cuello anuncia la venta de un producto, con el cual garantizaba que desaparecerían los callos, también el famoso payaso y cómico Cantalicio “el feo”, tenían un pequeño puesto de ventas de pomada para las pecas.

A pocos metros de éste y casi al pie de la estatua de Antonio Leocadio Guzmán se ubican los vendedores de pájaros con sus jaulas repletas de estas aves, entre los cuales se encontraban arrendajos, paraulatas, turpiales, gonzalitos y los hermosos cardenales.

También por estos mismos sitos habían unos fonógrafos, donde uno metía un real para oír : “me gustan todas, me gustan todas, pero la rubia, pero la rubia me gusta más …”

A las doce cesaban las actividades dentro del mercado y los establecimientos vecinos comenzaban su verdadero auge, entre estos se encontraban “ La Nueva Forma”; “La Mina”; “Liverpool”: “El Gallo de Oro” ; “La Bota Colorada”; “El Louvre”; “La Estrella de Oro”; “Saint Louis”; Los Bancos Caracas y Venezuela; “La Vela de Oro” ; las ferretería “El Pasaje”; “El Casquillo de Oro”; los restaurantes “El Toro” y “El Faro”; por estos mismos lugares comenzó sus actividades la fábrica de café “La Hacienda”.

El mercado además de ser punto de referencia, tanto para caraqueños, como para los que no eran, servía de centro de tertulia donde se reunían cómicos de la talla de Saavedra y Guinand; intelectuales con la mentalidad de Job Pim y Leo; toreros de la fama de Sananes y Manforte.

El ocaso del Mercado de San Jacinto comenzó en 1948 y terminó a finales de 1953, lo único que se pudo conservar fue el reloj de Piedra.

Fuente : La Caracas de Aquellos Tiempos  de Jose Veloso Saad

La Plaza de El Venezolano, prolongación al aire libre del Mercado
Capitalino, Exposición y venta de pájaros, frutas y flores, aparece aquí en una de sus
horas de más movimiento
Foto de Carlos Muller / Revista Elite 1933

Al Sur de la Plaza de El Venezolano se encuentra esta muy tipica estampa
del Mercado Caraqeuño . Amoladores Italianos, vendedoras de aliños
y verduras. Recuas de burros y mulas cargando o descargando
celerales; venta y exhibición de borricos, equinos, gallos de pelea, perros
y otros animales, desde la madrugada hasta pasado el mediodia, la Playa de El Mercado
es un continuo trajinar y una batahola interminable
( Fotos de Carlos Moller)
Revista Elite 1933


vendedoras de aliños y verduras
Foto de Calos Moller
Revista Elite 1933


Foto de Calos Moller
Revista Elite 1933


El Viejo Reloj de Piedra que tan calladamente
guardó los secretos de las amas de casa
La Caracas de Aquellos Tiempos
Jose Veloso Saad





Imagen Cortesia de Caracas en Retrsopectiva
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domingo, 8 de julio de 2012

Margot Arismendi de Villanueva

La dama elocuente

Comparto con  ustedes la reseña que su nieta Adriana Villanueva compartiera en su blog y que me pareció eextraordinaria para acompañar la imagen que encontré en la Revista Elite en Enero de 1933 , previo al matrimonio con Carlos Raúl Villanueva.





Cuando tenía como doce años, en uno de nuestros primeros viajes a Europa, fuimos a Barcelona. Recuerdo que Papá nos llevó a ver La Sagrada Familia:

-Miren niñitas: la obra de un loco.

Muchos años después regresé casada con Carlos Villanueva, y contemplando juntos la iglesia de Gaudí le comenté a Carlos:

-Papá dice que ésta es la obra de un loco.

¿Sabes lo que me contestó?

-Loco no, genio.

Papá y Carlos eran dos hombres distintísimos, pero siempre se quisieron mucho. Una vez, recién casada con Carlos, Mamá me pidió que fuera con el chofer a buscar a Beatriz que estaba con sus amigas las Machado en una casa de playa en Macuto. Cuando llegué, el doctor Gustavo H. Machado me estaba esperando:

-¡Ay señora Villanueva, usted me va a tener que perdonar! Pero puede más la curiosidad que la buena educación y la discreción. Le tengo que hacer una pregunta: ¿cómo hacen su papá y su marido, que son tan diferentes, para entenderse y quererse tanto?

Yo le contesté:

-Mire doctor Machado, que no sea ésa la pulga que a usted lo trasnoche. La respuesta es sencilla: ambos creen que están locos. Carlos cree que Papá es un loco furibundo, y Papá cree que Carlos es un loco pacífico. Así que siempre se están vigilando, cuidando y protegiendo mutuamente.

Sí, Papá y Carlos se quisieron mucho, pero nunca trabajaron juntos. Papá a veces le pedía a Carlos que le diseñara unas casitas para unos proyectos. Carlos hacía unos planos y después Papá construía las casas como a él le parecía. Pero Carlos respetaba a Papá como constructor. ¿Tú te sabes el cuento de las cajitas de fósforo de San Agustín? Ese cuento es muy bueno. Los terrenos de la hacienda La Yerbera, donde construyeron San Agustín, eran parte de la herencia de Guzmán Blanco que Papá compró en un remate en París en los años veinte. Te estoy hablando de una época en la que Caracas todavía no se había elevado por las nubes y se construían casas sencillas.

Casi cuarenta años después de que Papá construyó San Agustín del Norte, en 1967, murió Mathías Brewer, un ingeniero que fue director del Inos. Al enterarme lo lamenté mucho:

-¡Se murió mi vecino!

-Pero Margot, ¿cuándo has sido tú vecina de Mathías Brewer? -me preguntó Carlos extrañado.

Le recordé que cuando todavía no existía el Colegio de Arquitectos, a los arquitectos los invitaban a las fiestas del Colegio de Ingenieros, y a mí siempre en esas comidas, no sé por cual razón, me sentaban al lado de Mathías Brewer; por eso yo lo llamaba mi vecino.

En esa época no se daba el pésame en las iglesias como se hace hoy en día, y fui a dar el pésame a casa de la familia Brewer, aunque realmente no tenía amistad con ellos. El salón de la casa estaba lleno de gente y la conversación, por supuesto, versó sobre el terremoto de Caracas que acababa de pasar. Había una señora que se jactaba a voz en cuello: “Mi marido hizo mucho énfasis en las leyes antisísmicas después de que se hicieron esas ‘cajitas de fósforo’ en San Agustín, porque eso es un horror”.

Y yo hundida en mi silla porque esas “cajitas de fósforos” las había construido Juan Bernardo Arismendi, mi papá.

Cuando regresé de dar el pésame, Carlos me preguntó cómo me había ido. Le contesté que mal y le conté el desagrado que había pasado por los comentarios de esa señora. Carlos se puso furioso conmigo: “¡Ay qué ver que para gafa no te gana nadie! Tú le debiste haber contestado a esa señora que de ‘las cajitas de fósforo’ de San Agustín no se cayó ¡ni una! Y más de un edificio en Altamira y los Palos Grandes sí se vino abajo”.

Hay un cuento de joyas, de Juan Juan y de Carlos que también vale la pena recordar. A Papá le estaban ofreciendo un lote de esmeraldas cuando casualmente entró Carlos a casa, y Papá lo llamó:

-Ven, Carlitos, para que veas estas esmeraldas. ¿Qué te parecen?

Carlos se quedó viendo las esmeraldas y le contestó:

-Mire doctor Arismendi, yo de esmeraldas no sé nada. Si usted me pone un vidrio de botella verde bonito, y a mí me gusta, le aseguro que lo prefiero a la esmeralda.

Papá se horrorizó porque Carlos todavía no había llegado a ser un arquitecto famoso, y pensó que realmente me iba a dar vidrios en lugar de joyas, así que compró una esmeralda y me la regaló montada, rodeada de brillantes.

Pero si el fuerte de Carlos nunca fueron las joyas, el arte nunca fue el de Papá. Figúrate que en una exposición a la que fuimos en el Museo de Bellas Artes, Papá me señaló un cuadro y me dijo: “Este cuadro debe ser malísimo, porque a mí me gusta mucho”. Cuando Carlos y yo nos casamos sólo teníamos dos Monasterios que nos había regalado Papá cuando éramos novios, porque Mamá, siempre tan exquisita, había comentado delante de nosotros que a ella esos cuadros no le gustaban porque eran unas galleras. Carlos enseguida le dijo:

-Regálemelos a mí.

-Está bien, con Margocita te los llevas -le contestó Papá.

Esos cuadros de Monasterios fueron durante un tiempo nuestras únicas obras originales. Carlos decía que era mejor tener una reproducción de un buen cuadro que un cuadro malo, así que teníamos afiches guindados en las paredes. La primera vez que Papá entró en casa y vio nuestro “Bonnard” y nuestro “Picasso”, me dijo: “Margocita, dame una silla para sentarme porque tengo que digerir esto”. Pero Juan Juan era muy prudente y no se metía en nuestros gustos, sólo una vez me preguntó en la intimidad, cuando ya Beatriz y José Luis tenían una importante colección de cuadros de Morandi: “Margocita, ¿y no estarán engañando a José Luis Plaza con esas botellitas?”.

A pesar de ser tan diferentes, Papá estaba muy contento de mi matrimonio con Carlos porque tu abuelo no fue mi primer novio. Yo tenía otro novio que se llamaba Simón. Era un muchacho alegre y parrandero, me dejaba en casa y se regresaba a las fiestas para irse de último tocando el acordeón. Pobrecito, tuvo una vida muy triste, nunca se casó y murió solo. Todavía rezo por él. Precisamente huyendo de ese novio fue que conocí a Carlos Villanueva.

La primera vez que Carlos me vio fue en el pabellón del hipódromo y le preguntó a Carlos Luis Ferrero:

-¿Esa muchacha quién es?

-Margot Arismendi -le contestó Carlos Luis -pero tiene novio.

-¡Qué lástima! -dijo Carlos.

Yo estaba ahí justamente para no ir al Club Paraíso, donde se suponía que estaba mi novio, porque había terminado con él. Cuando Carlos Luis llegó a su casa le comentó a su esposa Alicia que Carlos quedó prendado de mí, pero que él lo había desilusionado contándole que yo tenía novio. Alicia, que era muy amiga mía, se apresuró a decir: “¡Peleó con el novio! ¡Vamos a invitarlos juntos a comer!”. Cuando Alicia Larralde me invitó, pensé que estaba haciendo una cena de reconciliación con Simón porque él vivía enfrente de su casa, y por eso le pregunté quién iba a la comida.

-Viene un joven francés, Villanueva, muy educado, arquitecto -me tranquilizó.

-Ah bueno, entonces sí voy.

Y matrimonio a los tres meses.

Yo creo que lo que más le gustó a Carlos de mí era que hablaba un francés perfecto. Al principio de nuestra relación hablábamos siempre en francés, aunque al poco tiempo le dije que mejor empezábamos a hablar en español para que se le soltara la lengua, porque aunque lo hablaba bien, era un poco gago. Tu abuelo nunca perdió su acento francés, pero con el tiempo logró perfeccionar su gramática española tomando clases en el Pedagógico con el profesor Hugo Ruán. La gaguera sí la perdió, cómo lo hizo al principio era todo un misterio, ya estábamos casados y venía a la casa un hombre en una moto. Francisco lo llamaba “el sordomudo”, resulta que era un especialista vasco en fonética que se dedicaba a enseñar a hablar a sordomudos y fue él quien le quitó la gaguera a Carlos.

Mi familia estaba encantada con Carlos, principalmente porque los había librado de mi otro novio. Mi ex novio me amenazó con que si yo me casaba con Carlos, él se iba a suicidar. Papá me convenció de que no me preocupara: “ ¡Qué suicida ni qué suicida! ¡Aquí nadie se va a suicidar!”. En cuanto a Carlos, Papá se quiso ir por lo seguro y pidió referencias a Jerónimo Tirado, sin saber que era primo de él, y por supuesto que le dio unas referencias excelentes: “Mire J.B., si su hija se casa con Carlos Villanueva, se sacó la lotería porque ése es un brillante montado al aire”.

Carlos se quiso casar rápido porque tenía miedo de que regresara con mi antiguo novio.

-Margot, ese hombre está muerto -me decía tu abuelo cuando éramos novios.

-Nada de muerto, está vivito y coleando -le contestaba riendo.

Por eso Carlos no estaba dispuesto a esperar a que le enviaran sus documentos de Londres, recuérdate que en ese entonces mandaban el correo por barco. Para casarnos necesitábamos una constancia de que él era Carlos Villanueva, que estaba bautizado, que era soltero, y se hizo ante el obispado y ante el tribunal declarando Pedro Emilio Coll como testigo. Pedro Emilio, quien trabajaba en la Legislación de Liverpool cuando tu bisabuelo era Cónsul en Londres, era el padrino de bautizo de Carlos por poder, siempre lo quiso mucho, lo llamaba Charlot. La partida de nacimiento de Carlos para terminar de formalizar los papeles de matrimonio, llegó después de casados.

Nos casamos el 28 de enero de 1933, yo tenía 21 años y Carlos 32. Su mamá y su hermana Sylvia, que vivían en París, casualmente habían llegado por esos días a visitar a Carlos y se encontraron con la sorpresa de que se casaba. A pesar de la sorpresa, me trataron muy bien, y se quedaron a vivir en Caracas.

Nuestro matrimonio fue muy celebrado, pero de manera sencilla, como se celebraban los matrimonios entonces. La madrina no podía ser otra que mi hermana Pimpa, y el padrino era el mejor amigo de Carlos, Vladimir Cheminski, un ingeniero polaco que ¡imaginate! era noble, era un conde que se quedó a vivir en Venezuela. Mi vestido de novia lo hizo madame Peluet, una costurera francesa que vivía en Caracas. Nos casamos en la iglesia de San Juan y la ceremonia la ofició el Nuncio Apostólico, monseñor Fernando Cento. El obsequio fue el típico de aquellos años: consomé, pavo, ensalada de gallina. Nuestra luna de miel la pasamos en el Hotel Miramar, en Macuto, y al regresar nos radicamos en una casita que nos prestó Papá en Los Dos Caminos, donde vivimos felices nuestros primeros meses de casados.

Hija de un hombre tan especial como Juan Bernardo Arismendi, casada con un hombre tan especial como Carlos Villanueva; tardé muchos años en encontrar mi verdadera identidad. Por fin lo hice en una reunión de urbanistas a la que fui con Carlos en Nueva York. Yo en ese tipo de reuniones siempre me quedaba callada porque no hablo bien inglés y no sé nada de urbanismo, por eso me interesé cuando vi a un grupo que estaba rodeando a un señor que hablaba de sándwiches. Resulta que el señor no era urbanista, sino pediatra, y les estaba explicando a los que lo rodeaban los problemas del hijo del medio, el hijo sándwich. Yo al oírlo exclamé:

-¡Niño sándwich! Al fin encuentro el nombre que a mí me conviene, ¡yo soy la mujer sándwich!

Nadie entendía nada y les tuve que explicar:

-Estoy casada con este señor tan especial que es Carlos Villanueva, y soy hija de Juan Bernardo Arismendi, un hombre distintísimo a mi esposo, pero igualmente especial. Estoy entre los dos, por eso yo soy la mujer sándwich.

¿Sabes lo que me contestó el pediatra?

-Mujer sándwich no, Lady sándwich.

http://evitandointensidades.blogspot.com/2010/02/lady-sandwich.html

Retrato de una Caraqueña del Siglo XX", publicado primero por la Fundación Polar, y en su segunda edición por la Fundación Villanueva.




La Dama Elocuente
de Por Nelson Rivera



Caracas, comienzo del siglo XX: Margot Arismendi de Villanueva nació en la esquina de Corazón de Jesús en junio de 1911. Plena de los azares, los descalabros y las gratificaciones que habitan y conforman la vida de las personas, la suya en particular guarda el valor que le otorga su propia conciencia de haber sido una testigo que, resistiendo a los embates del olvido, ha almacenado lo que ha visto y oído a lo largo de los años

“¿De qué quieres que te hable? Te puedo hablar del Caracas viejo, de la historia de la familia, de la época de Gómez, de la vida de Papá. Mi memoria es grande, lo abarca todo y no olvida nada”.

Mucho más que conciencia, cabe hablar de convicción: quien tiene historias y está dispuesta a compartirlas, quien domina el arte de la conversación porta consigo una riqueza simbólica que lo une de modo más estrecho al país, a las experiencias vividas y a las personas que forman parte inexpugnable de los innumerables episodios que ha almacenado por décadas en sus recuerdos.

Margot en dos tiempos, retrato de una caraqueña del siglo XX, es el resultado del encuentro entre, la voz generosa y pragmática de una mujer ya nonagenaria, Margot Arismendi de Villanueva, con su nieta, Adriana Villanueva (magnifica articulista de El Nacional y colaboradora de Papel Literario). A lo largo de dos años, la joven conversó, escuchó, grabó y tomó notas sobre las palabras, opiniones y anécdotas que su abuela le fue obsequiando. Cierta sosegada espontaneidad para presentar su testimonio sobre un vasto repertorio de asuntos propios o que competen al colectivo. Cierta manera de ejercer la franqueza en el uso de los adjetivos y en la faena de opinar. Cierto tono coloquial y por momentos hiperbólico que se presenta, ergonómico y fluido, en la visión de una mujer que es caraqueña y del mundo, a un mismo tiempo, tales son los delicados atributos que hacen del material una lectura sin contratiempos.

La de Margot Arismendi de Villanueva es la mirada de quien puede reconocer sin resequedad el paso del tiempo ( “¿Sabes lo que soy? Una sobreviviente del siglo pasado”, le dice a su nieta).

Frente a sus ojos han tenido lugar cambios enormes: el paso del mundo artesanal al de los primeros automóviles y las deslumbrantes tecnologías de uso doméstico. Cuando era una jovencita, en su casa se discutía si los caraqueños aceptarían habitar lejos de la Plaza Bolívar.

Testigo excepcional de la metamorfosis y expansión de Caracas (hija de Juan Bernardo Arismendi, el primer y más importante urbanizador que ha tenido nuestra ciudad; y esposa de Carlos Raúl Villanueva, la figura mayor de nuestra arquitectura moderna), en sus palabras habita la cálida lengua de la nostalgia, del homenaje al pasado perdido:

“Dejamos de ser lo que éramos”.

Su memoria y su voz se proyectan hacia la sociedad con asombrosa naturalidad:

los hechos, las personas y la propia familia se asumen como elementos representativo de ese todo mayor que es el país y sus tráfagos. La familia es una metáfora de una condición caraqueña (que lleva dentro de sí a lo regional, pero que también a lo cosmopolita), que puede ser ventilada (compartida) en sus hábitos y disciplinas, en sus aperturas y prejuicios, en las figuras que adquieren los sentimientos y la experiencia real para pensar el mundo que les ha tocado.

Lo que fascina del testimonio impecablemente recogido por Adriana Villanueva, es lo mucho que nos permite escuchar el habla de su abuela, con todas las consecuencias que de ello se derivan. Porque esa voz, sin pretenderlo siquiera, nos aproxima a los trazos de una cultura material y simbólica que ya no existe (o, mejor dicho, que no existe con la misma entidad): el papel de la confianza en una comunidad relativamente pequeña; la visión del mundo mediada por lo fáctico, por las señales que aportaban los hechos, quizás menos provistos de apariencias entonces, hace 70 u 80 años que hoy; la vida entendida, no sólo como inevitable oscilación (se gana y se pierde, tal es la ley), sino percibida bajo un particular paradigma: la de pertenecer a una generación que ha sido pionera y decisiva en el destino un país, elemento que nos devuelve, una vez más, al territorio de la naturalidad, porque Margot Arismendi de Villanueva, incansable conversadora, habla de figurones venezolanos (Juan Vicente Gómez, José Gregorio Hernández, Luis Razzetti, Alfredo Boulton, Francisco Narváez o del mismo Carlos Raúl Villanueva) o de grandes artistas, con el mismo tono o actitud con que invoca las historias de sus padres o sus hermanas:

Desaprensiva, clara, incitante. (Un sentimiento que propongo a los lectores de estas líneas: ¿será que, en efecto, aquellos eran tiempos más sencillos, tal como lo sugiere la experiencia de Margot Arismendi de Villanueva?

¿ Tenía la generosidad cotidiana un mayor peso relativo que al día de hoy?

¿Éramos hace 60, 70 u 80 años, una sociedad más solidaria que hoy? ¿Éramos, quizás, menos acuciantes, menos exigentes, menos brutales? Ella dice:

“tiempos más sencillos en los que sin duda había ricos y había pobres pero la diferencia no se hacía tan notable como hoy. Éramos más felices. No vivíamos en esta cizaña” ).

Este libro me ha hecho pensar en la gran fortaleza que cierto modo de lo coloquial puede constituir para pensar en los forcejeos a los que nos somete la realidad. Margot Arismendi de Villanueva habla del idioma en su testimonio: de los usos perdidos o de la lengua específica de su entorno inmediato ( “una extraña costumbre de nuestra familia de rebautizarlo todo” ). Pero sobre todo, me ha hecho pensar en aquellos años donde parecía existir una mayor disposición a maravillarse ante las cosas que estaban más allá de cada quien, y que otorgaba a la memoria una condición preeminente:

“Papá siempre decía que el que llegaba a viejo vivía dos veces: la primera vida, la que se vive de hechos, la segunda vida, la vida de recuerdos”.

Esta edición de Margot en dos tiempos, a cargo de la Fundación Villanueva, no es la primera. Tiene el valor de haber sumado casi 60 páginas de retratos de los protagonistas del libro, lo que abunda a favor de la realidad y profundidad con que los lectores podemos percibir a las personas/personajes, de quienes la pródiga dama nos habla.

Nacional - Sábado 29 de Octubre de 2005 Papel Literario/4





500 Edificios caerán en " El Conde" para abrir una via en Caracas

Por Juan Cristobal

El Conde, es una típica Urbanización de clase media, fundada hace unos 28 años por Juan Bernardo Arismendi  y Luís Roche, cambiará totalmente su disonomía de zona  residencial  al terminarse la gigantesca obra  que se proyecta para prolongar la Avenida Bolívar  en dos ramales que llegarían, uno hasta  la Autopista del Este y el otro hasta la Plaza Morelos.

Quinientas familias tendrán que buscar ubicación en otra parte, 160 edificios o quintas deberán ser demolidos antes del  proximo mes de diciembre . Edificios tan importantes como el de Planchart & Cia, em Puente Mohedano. El Hotel Ambassador, los apartamientos de Los Caobos  deberán caer para dar paso a la Avenida que se proyecta.

La Empresa encargada de la ejecución es la Compañía Anonima Obras de la Avenida Bolívar, la cual ha emitido hasta ahora bonos por valor de cincuenta millones de bolívares con los cuales está pagando a los afectados de las demoliciones.  

Fotos de Garrido y Garmendia
Elite 1.493 /15 de mayo de 1954.



La Raya roja de este plano señala la ruta que seguirá la prolongación de la Avenida Bolivar
en El Conde . Este proyecto sin embargo no es definitivo.











lunes, 2 de julio de 2012

Los Paseos Olvidados de Aquel Caracas.

En vísperas del cumpleaños número 445 de nuestra querida ciudad de Santiago de león de Caracas, quiero compartir con ustedes una serie de artículos que he venido recopilando para esta ocasión, comenzando con “Los Paseos de Aquel Caracas” de Lucas Manzano, el cual nos transportará a los lugares de recreación de la Caracas de Antaño.

“Si para pergeñar esta crónica es de rigor someternos al orden cronológico, tendremos que remontarnos al año de 1785, al filo del cual, los elegantes del mundo caraqueño frecuentaban, provistos de alimentos y refrescos, los sitos de moda que figuraban “La Palomera”, al final de “La Roca Tarpeya”; “La Estancia de los Tovar”, en “Coticita”; el pintoresco bosque de “Los Mecedores” bañado por las aguas del cristalino Catuche, bajo el cantar de los pájaros y el rezongo de los araguatos; la laguna de “El Rincón” de El Valle, formada por aguas de lluvia y la acequía de Don Guillermo Espino, para vitalizar sus cañaverales que luego convertía en aguardiente, papelón y azúcar en el “Trapiche Ibarra” de grata recordación para los amantes de lo cañameral ; “El Calvario”, por cuyas avenidas paseaba su arrogante figura de •gladiador” romano el Presidente Guzmán Blanco, cuya diligente acción encaminó para imprimirle belleza a la colina donde culminaban las procesiones llevadas desde el templo de San Jacinto, para que a los caraqueños les fuesen perdonados sus pecadillos.

“Gamboa” y “San Bernardino” se dieron el regalo de ofrecer en sus lagunetas sombreadas por bambúes, tintes de esmeraldas, donde se oyeron turpiales y guacharacas y las armonía del “arpa vanada”, arrancadas por aragüeños al “Jarro Mocho” de Vollmer compositor, que no obstante los años transcurridos, reanima con el reír de las maracas y el rezongar de los bordones para demostrar que si aristócrata era el autor, también solía echar sus canitas al aire entre la moza que escobillaba un “golpe” toda llena de gracia como el sol mañanero.
                                                                                                                                                                                          
Tenían los hombres de aquella cercana antigüedad otro lugar de recreo que el Presidente General Crespo visitaba cuando jineteando su caballo alazán excursionaba hacia los pastizales del “Hato de Cútira” donde engordaban las reses de sus potreros, arriadas hacia el centro para alimentar a quienes comían completo, porque tenían con qué. En Santiago de león de Caracas. El Presidente se detenía frente a “La laguna de Catia”, madre generosa del “Caruata”, aprendiz del río, que en más de una crecida enlutó hogares con su impetuoso y turbulento correr.

Para admirar cuanto de pintoresco tenía los patos silvestres y otras variedades, hombres y mujeres frecuentaban los paseos de aquel Caracas, “que se murió de amores como la desdicha de Elvira” y estuvieron vivitos y coleando refiriendo la emoción recibida en aquellos lugares, cuando la nieve de los años había cubierto sus testas reverentes. Hacían su aparición en los paseos favoritos, Don Octavio Escobar Vargas, “Gentleman” que hasta el último día de su honesto vivir, recorría la ciudad trajeado con paltó levita color de flor de romero, el fino tirolé amoldado en forma que ningún otro mortal usara, en el ojo derecho el brillante monóculo, y para complemento de su indumentaria, las guetas blanca sobre las botas de charol, que le daban el relieve que pocos hombres de su época tuvieron como él. Lugar favorito de Don Octavio era su residencia campestre marginada con la ribera sur del Guaire y el camino que conduce hacia La Vega. Para tormento suyo emplazaron allí, en el año de 1911 la India, desnuda de cabeza a los pies, sobre pétreo y corpulento Chaguaramo, que lleva el nombre de Monumento de Carabobo. Don Octavio fue además uno de los siete columnas formidables del “Club Concordia”.

Las muchachas se daban el lujo de concurrir a los pic-nics celebrados en los citados paseos, trajeadas de “punto en blanco”, lo que obligaba a los concurrentes del sexo contrario a vestir “americanas” bien cortadas y en ocasiones paltó levita, pues señores hubo tan aferrados a estas prendas de vestir que se les desprendían del cuerpo únicamente para dormir.

Los paseos del viejo Caracas desaparecieron para dar cabida a cosas modernas que embellecen la ciudad como no lo soñaron los hombres de viejo tiempo.

Del pintoresco bosque de “Los mecedores”, no quedan ni las huellas; se ven si y eso de cuando en vez, seminaristas del vecino colegio y los valientes que, bajo la creencia de que Catuche nunca más traerá agua en abundancia para nutrir el Guaire, fundaron viviendas en las propias márgenes de la quebrada.

En el área de la que fue la “Laguna de los Chaguaramos” luce elegantemente la mole del “Hotel El Avila”, y la urbanización San Bernardino.

Aquellos lugares dejaron recuerdos que evocan complacidos, los muchachos pasados de las sesenta primaveras.

Quien presenció el gracioso incidente ocurrido cierta noche en la laguna de “El Rincón del Valle” entre el Dr. Crispín Yépez, Guillermo Elizondo y otros miembros de la aristocrática cuerda, reirá al añorar el suceso. Esa noche paseaban en bote el Dr. Crespín y una hermosa dama nativa de París, cuando Elizondo por broma le interceptó el esquife que echó al agua la preciosa carga humana.

Don Crispín braceaba con su remo y protegía su presa disparando su revólver sobre sus amigos, que, a Dios gracias, no recibieron un impacto.

Despojados los náufragos de la indumentaria ensopada surgió la rubia champaña que arregló las cosas como era de rigor entre amigos.

Ahora está en la plenitud de sus éxitos los paseos “El Pinar”, embellecido con su Jardín Zoológico y su Fuente de Soda; el viejo pero remozado “Calvario” que supera todo a lo que fuera en sus mejores años y el imponderable Sistema de la Nacionalidad, expresando con el categórico lenguaje de lo que no es para ser discutido, que supera con lujo de detalle a los más modernos paseos de allá y acullá…



Hacienda Gamboa


Hacienda Ibarra


Laguna de Catia


El Calvario



Cortesia de Guillermo
El Pinar
La Mole del Hotel El Avila


Fuente: Tradiciones Caraqueñas de Lucas Manzano
Crónicas de Antaño 1951
Libro Póstumo/ Publicado en 1967
Empresa el Cojo S.A. Caracas