lunes, 25 de abril de 2011

Traer sus palabras de regreso.

El Nacional - Sábado 25 de Junio de 2005 D/2


Papel Literario
Voces para el recuerdo
Traer sus palabras de regreso.

Hacer con ellas un lugar definitivo por medio de las voces de Rolando Peña, Carolina Espada, Abilio Padrón, Luis Pastori, Carlos Gottberg e Ildemaro Torres. Ellos hablan el idioma del tiempo y con su variada procedencia —las artes plásticas, el periodismo, la literatura— afinan el perfil de un Nazoa que se resistea la desmemoria

La mirada de Aquiles era difícil de descifrar para una niña de siete años. Era como si él hubiera pasado toda su vida contemplando veleros alados en alta mar. Si llegaban unas señoras de visita, él las engalanaba con sombreros y convertía la sala de su casa en el País de las Maravillas. Escribía en un lugar llamado “la cueva”, que era como el interior de un huevo de Pascua de chocolate. Allí adentro había libros, fotos, creyones, papagayos, máscaras, juguetes y un par de patines.

Era el sitio ideal para oírlo hablar de mitología griega. Aquiles, poseedor de tantas riquezas, le regaló a la niña un muñequito de trapo y un caleidoscopio maravilloso, capaz de transformar una nevera en un vitral gótico y soleado de una mañana primaveral en Reims. También le escribió un poema en donde, en el jardín del señor Renoir, revoloteaba un pajarito de cristal. Con el tiempo, la niña logró comprender la mirada de Aquiles: era la de un hombre que tenía la certeza de que había alguien que lo amaba.

Conocí a Aquiles a finales de los años 50, con Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas, buscábamos locaciones para una película de Román en Petare. Entramos a una arepera, y se dio el momento mágico, ahí estaba Aquiles. Nos recibió con una gran sonrisa y nos preguntó qué hacíamos en esa zona. Román le explicó que buscaba locaciones para una película. Él se rió con sorna y nos deseó suerte. Efectivamente la película se hizo, Cuentos para mayores. Aquiles vino al estreno, nos saludó y dijo: “esto es un verdadero milagro”.

Yo me fui a vivir a Nueva York y, a comienzos de los años 70, regresé a Caracas a montar un Centro de Arte Experimental (danza, teatro, cine, etc., etc). En esa época, en un bar de Sabana Grande, me encuentro a Aquiles, que esta escoltando a Elizabeth Burgos, y le cuento de la exposición que estoy preparando para el Museo de Arte Contemporáneo, Santería, me dijo tajante: te escribo un texto para el catálogo. Así fue como surgió “Oración al ánima de Rolando Peña”, por supuesto una joya como todos los textos de Aquiles. Él era, sin duda, la posibilidad de los sueños imposibles, la Venezuela Nuestra, digna, sarcástica, LIBRE, Aquiles “Good night, sweet Prince, and flights of angels sing thee to thy rest”.

Aquiles Nazoa es, sin duda, la personalidad literaria más importante de su tiempo. Humorista a carta cabal, no perdió nunca, sin embargo, la vena lírica que dejó para siempre huellas en nuestra literatura como, por ejemplo, su bellísima “Balada de Hans y Jenny”.
Fui su amigo de toda la vida. Trabajé a su lado en El Morrocoy Azul, en la lejana época que las oficinas estaban situadas frente al célebre hotel “Majestic”. De allí salíamos juntos, en la noche, hacia La Pastora, parroquia popular en la que ambos vivíamos entonces.
En mi antología Los Poetas de 1942 aparece, naturalmente, Aquiles. Por cierto, con mayor número de poemas que cualquier otro de los integrantes de esa promoción literaria.

Entre sus trabajos humorísticos, vale la pena destacar este poema, casi sacado de la vida real:

Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda Ni llores sacudiéndote como quien estornuda.
Ni sufras “pataletas” que al vecindario alarmen Ni para prevenirles compres “Gotas del Carmen”.
No te sientes al lado de mi cajón mortuorio usando a tus cuñadas como reclinatorio; Y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame no te abras de brazo en actitud de “bésame”.

Hazte amada, la sorda cuando algún güelefrito dictamine, observándome, que he quedado igualito
Y hazte la que no oyes ni comprende ni mira cuando alguno comente “que parece mentira”.
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:

Yo quiero ser un muerto como los de Neruda; Y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:
“eso es para los muertos estilo Julio Flores.
No se te ocurra, amada, formar la gran llorona cada vez que te anuncien que legó otra corona; Pero tampoco vayas a salir de indiscreta a curiosear el nombre que tiene la tarjeta.
No me grites amada, que te lleve conmigo y que sin mi te quedas como “tomo y obligo”.
Ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada a divulgar detalles de mi vida privada.
Amor, cuando yo muerta no hagas lo que hacen todas No copies sus estilos, ni repitas sus modas, que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto, “Sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto”.

Han sido dichas tantas cosas de Aquiles y tan variados los empeños en ubicarlo en determinadas posiciones políticas y existenciales, como también en atribuirle tal diversidad de actitudes, que más que expresar lo que en verdad él fue, con qué se identificaba y a qué se oponía firmemente, lo que suelen reflejar esas apreciaciones es un manejo interesado de su memoria por parte de quienes, sin haberlo conocido o por alguna razón calculada, se permiten calificarlo.

¿Resultaba fácil ser amigo suyo? ¿Era tolerante?

Son preguntas reiteradamente repetidas; y en el deseo de mostrar al personaje en una versión fiel a sus convicciones y no maquillado para degustación colectiva, se siente la necesidad de aclarar algunas cosas, para lo cual un buen ejemplo es precisamente ese de la tolerancia, pues acerca de ella nada puede responderse sin antes decir y preguntar:

Tolerancia, sí, pero ¿referida a qué?

¿Cómo? ¿En cuáles circunstancias? Porque, si de aceptar humillaciones, atropellos a la condición humana y negación de derechos se trataba, él era mas bien el ejemplo perfecto de la intolerancia, de la no admisión sumisa de agravios; las mismas razones de su conocido rechazo al militarismo, la persecución política y toda forma de discriminación; mientras que era decididamente solidario con todo aquel que tuviera o asumiese una conducta digna ante esas circunstancias.

Una mañana, en el Instituto de Diseño Neuman, donde yo ejercía como profesor de Dibujo, me tocó participar de una experiencia ligada a la polifacética personalidad de Aquiles.
Ante un grupo de estudiantes de ese centro de estudios, disertaba el poeta sobre molduras, cornisas, puertas y ventanas que testimoniaban de la influencia del estilo Art Noveau en las casas de El Conde y El Paraíso.
Impresionaba ver los conocimientos que poseía sobre el tema, la erudición de que hacía gala él que no era arquitecto. Era admirable sentir la fascinación que despertaba en la audiencia debida a la pasión que le imprimía a su relato. Pero, más impactante aún fue conocer más tarde por boca de los estudiantes, la sorpresa que les producía verlo interesarse por temas tan disímiles y variados y, aparentemente, alejados de la imagen que todos se hacían de él como poeta amante solamente de temas ligados a lo local y costumbrista.

Ese día el Aquiles Nazoa que se apasionaba y nutría también de lo universal acababa de manifestarse ante ellos.

Consecuente presencia en la obra de Aquiles Nazoa es la risueña tremura, el afecto por un universo diminuto que su mano va suspendiendo cuidadosamente.
Las cosas y los seres de tamaño reducido se nos relacionan con una edad inocente, quizá porque despiertan en nosotros ecos de la infancia.

Aquiles tenía la pupila fácilmente ajustable a esa dimensión. Bien dice en su “Elegía al barrio El Cenizo” : “... Triunfaste en el empeño / de hacer de mí cantor de lo pequeño”. De allí, por ejemplo, esa ronda de seres menudos que pueblan el poema “Buen día, tortuguita”. ¿Se puede imaginar más ternura que llamarla “periquito del agua” ?

De ahí su constante defensa y justificación de los niños y de los personajes socialmente insignificantes, su humanización de la naturaleza y ese dolerse por las cosas que han desaparecido y por las que van a desaparecer. La nostalgia es en él una suerte de ternura municipal.

En algún poema ha declarado: “mi corazón es mi equipaje”, atadillo para ir por todas partes; pero como lo tiene lleno de cosas pequeñas, no le pesa. Más bien proyecta una luz afectuosa sobre todo lo creado.

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