lunes, 13 de diciembre de 2010

Alberto Grau y la música como único destino

Por Rafael Arráiz Lucca .

" El lector sabrá dispensar el trato que le profeso a Alberto Grau en esta entrevista, pero nos conocemos desde hace años y sería una impostación que nos tratáramos de usted. Ocurrirá igual en otros casos de este libro de testimonios, pero, si el lector viene leyéndolo secuencialmente, pues, hallará esta variación que advierto, por primera vez.

La pareja de músicos formada por Alberto Grau y María Guinand puede decirse que constituye una institución nacional. Lo que ambos han hecho por el movimiento coral venezolano no tiene antecedentes en toda nuestra historia. Han fundado la legendaria Schola Cantorum y la Cantoría Alberto Grau, ambas merecedoras de los más prestigiosos premios del mundo. Igualmente, crearon el Movimiento Coral Cantemos, que agrupa a los coros fundamentales del país. La discografía de ambos se pierde de vista. Y la labor pedagógica de Grau no tiene parangón en nuestra historia musical. En esta oportunidad, el lector podrá enterarse de facetas de la vida y la obra del músico que antes, probablemente, no habían sido ventiladas.

¿Naciste dónde?

Nací en Cataluña, el 7 de noviembre del 37, en plena guerra civil española, para ese entonces.

¿En cuál región de Cataluña?
Nací en la provincia de Barcelona, pero en una ciudad que se llama Vic, casualmente mi padre era de Barcelona, pero en estos tiempos de guerra estaba él sirviendo con el ejército republicano y, a consecuencia
de su convicción y de su manera de pensar, tuvo que huir a principios del 38; y yo con mi mamá, contando yo con 16 meses, nos reunimos con él en Andorra y luego nos fuimos para Francia. Para aquella época, en pleno invierno, mi mamá tuvo que atravesar los Pirineos a pie, conmigo en brazos, y ahí empezó toda una odisea de tener que soportar toda una segunda guerra, la guerra mundial en Francia. En un principio en una pequeña ciudad del sur, y luego estuvimos los últimos años en Burdeos. Y de Burdeos, en cuestión de una semana, mi papá logró hacer unos contactos y en el año 48, en plena posguerra, pudimos llegar a Venezuela.
Tenías 11 años. Sí, no los había cumplido.

¿Cómo escogió tu padre a Venezuela?

Ahí está el asunto, no fue una selección, nosotros caímos aquí como hubiéramos podido caer en cualquier otra parte del mundo.

¿Por casualidad?

Por casualidad, porque esto fue lo que se nos ofreció, posiblemente mi papá hubiera preferido, porque le sonaba más, Argentina, Uruguay o México en aquellas épocas, pero la verdad es que creo que no pudimos caer en mejor país. Inclusive, muchos amigos nuestros, después de pasar por Santo Domingo, México, llegaron aquí, muchos catalanes incluso, de estos catalanes insignes que hubo en aquella época, los Pi Suñer, Bofill, todos esos catalanes que nosotros conocemos.

¿Y a qué se dedicaron tus padres acá?

Pues, fíjate, nosotros llegamos aquí muy pobres…

¿Eres hijo único?

Sí, hijo único, la masa no estaba para bollos en aquella época, de hecho ya fue toda una odisea el tener que levantar un niño con aquellas condiciones, que fueron terribles, aun cuando a otros todavía les fue peor. Muchos españoles terminaron en campos de concentración alemanes, fue una época que recuerdo con mucho terror, todavía me quedó en la memoria el paso de los soldados cuando iban marchando por las calles haciendo sus rondas con los toques de queda.

¿Allá en Burdeos?

En Burdeos y en el pequeño pueblo donde nosotros vivimos antes de llegar a Burdeos. Recuerdo sus perros lobos con un gran miedo, era un miedo que se reflejaba en todos nosotros, fueron unos años muy complicados, muy complicados. Y llegamos aquí y al principio mi papá hizo de todo, fue pintor de brocha gorda, luego, como había trabajado en los teatros en Barcelona, terminó siendo jefe de utilería del Teatro Municipal y del Teatro Nacional, pero mientras tanto practicamos hasta la buhonería cuando llegamos aquí a Venezuela. A los trece o catorce años, yo iba con mi mamá a los mercados a vender así en la acera, y los primeros años fueron difíciles porque llegamos realmente aquí muy pobres, con unas maletas sin nada, pero afortunadamente llegamos a Venezuela, y aquí se desarrollaron todos mis estudios de primaria y secundaria y después yo de niño ya tuve una inclinación muy clara hacia la música y caí en manos de muy buenos maestros, porque llegué a una escuela que se llamaba Escuela Preparatoria de Música, que dirigía Juan Bautista Plaza y ahí tuve clases con él, con Ángel Sauce y luego pasé a la escuela que llamaban Superior de Música que era la que dirigía el maestro Sojo y estudié con él. Después tuve la suerte de estudiar aquí con Gonzalo Castellanos y yo podría decir que mi formación principal, aparte de un año que estuve en Inglaterra y de unos cursos que hice en Bologna con Servio Schelividaqui, es básicamente venezolana, y considero que ha sido muy buena, tanto en composición como por los profesores que tuve de piano.



Tuve una gran suerte porque pude, aparte de eso, tener unas posibilidades que difícilmente se encuentran en cualquier otro país del mundo, que hacía que un muchacho a los dieciséis, diecisiete o dieciocho años, empezara a dar clases de piano, a trabajar para ayudar a mi papá en los teatros, ahí tenía oportunidad de asistir a los espectáculos de grandes compañías de zarzuela, de ópera. Entre los años 50 y 60, fue una época en donde aquí venían los mejores cantantes del mundo y con unos sueldos que para nosotros eran risibles, teníamos un bolívar que creo se cambiaba a 3,40 por dólar.

¿Y tus padres regresaron a España en algún momento?

Mi papá decidió que él quería regresar, como había caído Franco, quería regresar a su Cataluña, pero él no se dio cuenta de que de los amigos que tenía unos habían muerto, otros habían hecho su vida y ya no se entendían prácticamente, eran ambientes totalmente distintos, y a pesar de los esfuerzos y de la tozudez del viejo y que mi mamá en un principio no quiso acompañarlo, al final mi mamá se fue para allá con él, pero no resistieron ni un año y regresaron. Aquí conocieron a sus primeros nietos y aquí están enterrados los dos.

¿Cómo ha sido tu relación con España?

El año pasado estuvimos un año sabático con María y con los dos niños en Barcelona. Trabajamos en varias partes de España, y en Barcelona yo tuve hasta la oportunidad de fundar un coro, y luego de dirigir un coro de cámara del liceo de Barcelona, montaron unas composiciones mías y nos fue relativamente bien, pero siempre teniendo claro que regresaríamos, nunca hasta este momento nos hemos planteado irnos. Ante esta disyuntiva en que están tantísimos venezolanos, cuando tenemos la inseguridad y la angustia de no saber qué pasará en el país, y que tenemos esta puerta de entrada a otro lugar, donde no existan estos peligros y estas situaciones tan violentas y tan desagradables como las aquí vividas, mantenemos la intención de resistir hasta donde se pueda, digamos que no está planteada hoy en día la idea de irnos, aun cuando Luis, que tiene ya veinte años, hizo un año de universidad y Mercedes, que tiene dieciséis, estuvo un año allá en un colegio y le fue bien, se asimilaron. Pero es indudable que tanto ellos como nosotros nos sentimos mucho

mejor aquí a pesar de todas las bonanzas y de lo bien que nos fue. Yo tengo parientes allá, tengo familia y todos son muy cálidos, amorosos con todos nosotros y desean que nos quedemos allá, pero realmente aquí también tenemos familia y amigos, y toda la labor que hemos podido desarrollar, y el país sigue siendo espectacular, algo indescifrable, que se sale de todos los parámetros de lo que es el resto del mundo, a pesar de todo.



Y una vez que tú saliste de dieciséis meses ¿a qué edad regresas de visita por primera vez a España?, ¿hace muchos años?

Sí, regresé a los veintiséis o veintisiete años, estando Franco todavía vivo, y regresé con una coral de la Universidad Católica, en la que yo cantaba, la dirigía Gonzalo Castellanos, yo era así como tenor segundo. Fue en el 67, lo recuerdo, fue justamente el año del terremoto de Caracas, que nos agarró en Roma y aquello fue un desastre, todo el mundo llorando, fue algo espantoso y recuerdo que terminamos la gira. Antes de Roma habíamos ido a España, y fue la primera vez para mí. Fue algo muy emotivo, porque nunca había regresado y mi papá durante toda mi infancia y juventud me hablaba de España, especialmente de Barcelona y de Cataluña con el síndrome del desterrado, que es algo enfermizo, él no podía hablarme de las costumbres, de las tradiciones, de la diagonal, de la belleza de Barcelona, sin que afloraran las lágrimas, porque él estaba seguro de que él no volvería a España, y yo siempre consideraba que era como muy exagerado, aquello me sacaba de quicio, qué fastidio, porque siempre venía, me cantaba una canción, lloraba, era una situación realmente de una persona que ha sufrido mucho y cuando regresé me llevé una gratísima sorpresa porque mi papá se había quedado corto en algunas cosas; descubrir aquello fue algo muy bonito.
Y de aquella España a la que tú vuelves y la España de ahora hay muchos cambios…

Hay muchos cambios, hay un abismo gigantesco y no digamos que todo para bien, me parece que la España de hoy en día, desde el punto de vista social y económico, ha mejorado en muchas cosas, pero en otras se pueden hacer grandes críticas. Me refiero a esta democracia descontrolada y luego toda una juventud en donde proliferan las drogas, un descontrol enorme, que no considero que sea mucho mejor que lo que les pudo dejar en ese aspecto Franco, digamos que Franco, aparte de la libertad que nos fue coartada y negada, en otras cosas tal vez era demasiado estricto.

Un país muy pobre, también.
Terriblemente pobre, pero digamos que ahora se fueron al otro extremo y considero que eso es tan exagerado que tal vez hasta fue por la represión que tuvieron durante tantos años. Hay como una especie de vulgaridad por todos lados. Por otra parte, el español en líneas generales es muy simpático, muy agradable, muy alegre, se parece bastante a lo que somos nosotros aquí, digamos que la opción, si no existiera Venezuela, sin duda alguna sería España.
Aunque España también es muy variada, de pronto nosotros nos parecemos más a los andaluces, a los extremeños y a los vascos, por decir algo.
Es posible, y a los mismos catalanes. Aunque estas diferencias son un poco exageradas, nosotros pudimos estar en otras ciudades importantes de España y la gente también es laboriosa y se levanta temprano y trabaja, estoy seguro que en el país vasco o en Cataluña también existe otro tipo de personas que se parecen tal vez un poco más a los andaluces o a los españoles. España está muy mezclada.

¿Estudiaste bachillerato aquí en Caracas, en qué colegio?

Aquí en Caracas, en el Fermín Toro.
Ah bueno, de los mejores liceos que había.
Sí, porque nosotros vivimos bastante tiempo en Catia, cuando llegamos aquí vivimos en la subida del Manicomio que llaman, por allá al lado de Lídice. Nosotros no llegamos a Caracas directamente, a nosotros nos recogieron en unos autobuses y nos llevaron a un sitio que se llamaba El Trompillo, creo que es en el estado Guárico.

¿Llegaste con un contingente de inmigrantes?

Sí, en un barco muy pequeño que se llamaba El Cairo y creo que aquel fue el último viaje que hizo. Llegamos allí y de El Trompillo entonces pudimos venir a un edificio que había por allá por San Juan, que no recuerdo exactamente cómo se llamaba, pero que era otro lugar de estos de recepción de inmigrantes y ahí mi papá consiguió algo para vivir ya en la subida del Manicomio, nosotros vivimos en Gato Negro, luego a través del Banco Obrero conseguimos un apartamento en El Cuartel, que ellos llamaban Ciudad Tablitas, y después ya pudimos ir como superando etapas y terminamos viviendo en el barrio El Cementerio, y después cuando me separé de mis padres tenía veinticinco años, fue cuando me casé por primera vez, me he casado tres veces en Venezuela y de esos tres casamientos, del primero tengo una hija que tiene hoy 37 años; Gonzalo que es hijo de Isabel Palacios, que ya tiene 30 años, que es músico, que vive ahora en Nueva York; y estos dos niños, Luis y Mercedes que son hijos de María.

¿Tu primera hija es músico, también
Ella no, ella se graduó en la Católica de comunicador social y después hizo una maestría en Escocia en fotografía y vive en Cali, y se dedica a dar clases en una universidad de allí.

¿Y en Barcelona es evidentísima la presencia de la música y de los grandes músicos catalanes?
Sí, sí.
¿Son el distintivo de la zona, de la nacionalidad catalana? Yo diría que sí.

¿Habrá influido en algo en ti, en tu profesión de músico, tu ascendencia catalana?

Yo creo que sí hubo una influencia, porque mi abuela paterna fue fundadora del famoso Orfeón Catalán, que hoy en día sigue, es ya centenario.

¿Cómo se llamaba ella?

Angelina Castells de Grau. Y entonces ella cantó ahí y luego un tío, Alberto, también cantaba en el coro de la zarzuela; otro tío, Enrique, cantaba en el coro de la ópera, y mi papá también cantaba. En Burdeos mi papá cantaba en el coro del Teatro de la Ópera de Burdeos.

Una tradición familiar.

Exacto, y yo creo que sí tiene mucha relación con esta vida tan musical y esa cultura, de la cual yo diría que los catalanes se sienten muy orgullosos y que hoy en día es algo ya como muy esparcido. Una de las cosas que me gustaron de España es que hoy en día en todas partes hay orquestas sinfónicas, en todas partes están funcionando teatros de ópera, hay un gran movimiento musical.

¿Y de los compositores catalanes o españoles actuales, hay alguno que te interese particularmente?

Hay una serie de compositores jóvenes de los cuales no podría nombrar a ninguno en este momento, no me acuerdo, pero hacen una labor muy buena, algunos están metidos, sumergidos diría yo, en eso que es la música de vanguardia contemporánea, electrónica, y no creo que tengan el éxito que se merecerían por el talento que hay en cada uno de ellos.

Y luego sí hay un gran movimiento de coros y hay una buena escuela de dirección, hay directores jóvenes de orquesta que se están destacando a escala internacional, tienen lógicamente la posibilidad de hacer cursos en Alemania, en Austria, en Francia, porque la ventaja de vivir en Europa es que tú tomas un tren y te vas por una semana o quince días a cualquier parte y tienes contacto con otras agrupaciones y con otras instituciones culturales. Hay un gran interés y aun cuando tal vez la cultura no está ayudada -como creo que no sucede en ninguna parte del mundo- del todo como se debería, todos esos jóvenes que se están dedicando a la música o al arte pueden, por lo menos, vivir con sus clases, pagar sus profesores y prestar una labor en colegios, en escuelas, sobre todo lo que es más importante para un artista: vivir de su arte.

¿Cómo se llamaban tus padres?

Mi padre se llamaba Luis Grau Castells y mi madre se llamaba Teresa Dolcet y ella era de la provincia de Lérida. Mi madre, todos mis primos hermanos y mis tíos, que todavía tengo uno que vive, eran de origen campesino y fueron, a pesar del trabajo que todo el mundo pasó durante la guerra, los que tuvieron más facilidad para mantenerse, para sobrevivir a aquel caos, porque el campesino siempre tiene una ventaja: tiene su huertico con sus papas, sus tomates y sus puercos. Yo conocí a mis dos abuelos; tenían una casa en donde en la planta alta vivían ellos y abajo tenían un par de vacas, y unos cochinos, y los animales les daban calor. Es increíble, como no existía la calefacción, vivían en estas condiciones. De modo que por parte de mi madre sí tengo esa vinculación con la tierra, de la cual me siento, además, muy contento.

El diálogo llegó a su fin, y me quedé viendo unas partituras adosadas entre dos vidrios que cuelgan a un lado del comedor de la casa de los Grau. Pocas parejas comparten vida emocional y laboral como Alberto y María. Las partituras que cuelgan son dos.

Fuente: Article printed from Prodavinci: http://prodavinci.com/

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